Un rizoma

Un rizoma es un tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos. Los rizomas crecen indefinidamente, en el curso de los años mueren las partes más viejas pero cada año producen nuevos brotes, pudiendo de ese modo cubrir grandes áreas de terreno.

Devenir mujer (2005)

Devenir mujer, ¿misión imposible?
21 de febrero de 2005, Revista Acheronta

Mélanie Berthaud Faraudo

El psicoanálisis, por su particular naturaleza, no pretende describir qué es la mujer
—una tarea de solución casi imposible para él.
Sigmund Freud, 33ª conferencia sobre la feminidad, 1932.


La historia del psicoanálisis está profundamente enraizada en, e intrincada con, las mujeres. Se ha hablado mucho del lugar clave que ellas ocuparon en la génesis del método psicoanalítico elaborado por Sigmund Freud a partir de sus observaciones de los trabajos de Charcot en París y, luego, de sus colaboraciones con Joseph Breuer. Del método catártico de los inicios, al asentamiento del psicoanálisis; de Anna O.,[1] a Dora; la presencia de las mujeres en el psicoanálisis, una por una, sobre todo algunas histéricas, insiste.
De igual manera, Jacques Lacan deberá a “Aimée” su entrada en los círculos intelectuales parisinos en los años treinta. La tesis de doctorado en medicina que el joven psiquiatra presenta en 1932[2] sobre este caso es, en opinión de Elizabeth Roudinesco: “una novela de ciento cincuenta páginas redactadas en estilo flaubertiano, es decir en una lengua literaria que no se reduce a tecnicismos del discurso psiquiátrico. Lacan cuenta la aventura de su heroína con la pluma de un auténtico escritor, trasladando en el personaje de Aimée las desdichas de una moderna Emma Bovary”.[3]
Lo menos que se puede decir es que las mujeres han sido piedra angular en la historia y construcción misma del edificio epistemológico del psicoanálisis y, a la vez y desde un principio, un escollo y un reto en esta historia.
En 1926, después de profundos cuestionamientos que analizaremos más adelante, Freud nos habla de sus vacilaciones respecto del no-saber acerca del sexo femenino, es decir, de la ausencia de un significante que dé cuenta de la identidad femenina:
Acerca de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que sobre la del varoncito. Que no nos avergüence esa diferencia; en efecto, incluso la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un dark continent para la psicología”.[4]

Más allá de la perplejidad que pudiera provocar una admisión/resignación de tal envergadura de parte de Freud, misma que tiene lugar treinta y un años después de haber escrito el Proyecto de psicología (1895), localizamos ahí su declaración explícita según la cual la feminidad es ahora un “continente”, y requiere de interés científico y de trabajo.
De allí la dificultad teórica que plantea tener que diferenciar dos campos de estudio: por un lado, el ámbito correspondiente a la pregunta de corte freudiano ¿qué quiere la mujer?[5] y, por otro, las contradicciones e incongruencias en las que incurre la teoría psicoanalítica a partir de este querer saber acerca de la feminidad. Por lo anterior, la literatura psicoanalítica se ha ocupado poco de este vínculo tan íntimo: mujer/psicoanálisis.[6]
Ubicada la pregunta Was will das Weib? [¿qué quiere la mujer?] en el contexto de sus múltiples implicaciones para el psicoanálisis,[7] el interés que sostiene el presente ensayo está dirigido hacia otra pregunta que la antecede. Nos cuestionamos, en efecto, sobre: ¿qué es ser mujer?, ¿se es o se deviene mujer?
La resonancia que dicha pregunta[8] pudiera tener en círculos conocedores de la célebre expresión introductoria a la obra El Segundo Sexo (1949) de Simone de Beauvoir (“On ne naît pas femme, on le devient"[9]) merece una aclaración. Si tomáramos el punto de partida de Beauvoir de manera superficial, se podría encontrar una curiosa coincidencia entre la tesis de Freud respecto de la feminidad y el planteamiento —revolucionario por la época— de la filósofa.
Ambos plantean un “devenir mujer”, pero desde muy diferentes perspectivas. Al respecto Freud afirma:
La anatomía ha discernido en el clítoris, dentro de la vulva femenina, un órgano homólogo al pene, y la fisiología de los procesos sexuales ha podido agregar que ese pene pequeño, y que ya no crecerá, se comporta de hecho en la infancia de la mujer como un pene genuino y cabal, se convierte en la sede de unas excitaciones movidas al tocarlo, su estimulabilidad presta al quehacer sexual de la niña un carácter masculino, y hace falta una oleada represiva en la pubertad para que, por remoción de esta sexualidad masculina, surja la mujer.[10]

Es decir que el “devenir mujer” dependería de la represión de la sexualidad masculina en la niña. Como lo vemos, las respuestas encontradas podrían contrariar las aspiraciones que han motivado los movimientos de liberación de la mujer o las políticas de equidad de género más actuales. De hecho, la teoría del penisneid, como es sabido, fue objeto de numerosas críticas de parte de pensadoras feministas.
Por su parte, Freud demostró no preocuparse mucho por los alcances de sus reflexiones y su posible recuperación desde otros ángulos. Así, la descripción que hace de la “joven homosexual” (1920), nos llama la atención, y nos hace sonreír, sobre todo después de mencionar a Beauvoir:
La muchacha arrastraba de sus años de infancia un “complejo de masculinidad” muy acentuado. De genio vivo y pendenciero, nada gustosa de que la relegase ese hermano algo mayor, desde aquella inspección de los genitales había desarrollado una potente envidia del pene cuyos retoños impregnaron más y más su pensamiento. Era en verdad una feminista, hallaba injusto que las niñas no gozarán de las mismas libertades que los varones, y se rebelaba absolutamente contra la suerte de la mujer.[11] En la época del análisis, el embarazo y el parto eran para ella representaciones desagradables, según yo conjeturo, también a causa de la desfiguración del cuerpo que traen consigo.[12]

Igualmente, cabe recordar las reservas que provocó el pasaje que operó Freud, en 1897, entre la teoría de la seducción y la teoría de la fantasía.[13] Según autores como Marie Balmary o Jeffrey Masson, dicho cambio teórico, lo habría realizado Freud para dejar inocente al padre perverso, y proteger la honorabilidad de los padres, soporte del establishment de la sociedad de su época.[14]
Sin embargo y más allá de esos debates, es preciso enfatizar que el psicoanálisis es (o tendría que ser) autónomo a las consideraciones éticas o políticas; a pesar de que las cuestiones políticas estén, a su vez, nutridas de elementos de índole psicológica, como el mismo Freud lo demuestra en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), así como en otros escritos políticos. En este contexto, nuestro objetivo apunta desde el marco psicoanalítico —desde las formaciones del inconsciente, del síntoma, de la clínica— a la cuestión de las modalidades mediante las cuales, en términos freudianos, “surge la mujer”.
Cuestión que da pie a un sin fin de reflexiones que delimitarán nuestro andar a través de la problemática del “devenir mujer”: ¿existe aquello llamado “sexo femenino”?, ¿es la anatomía lo que decide del sexo? ¿Por qué vías se llega a ser mujer y qué camino diferencia estos procesos del recorrido del hombre?, ¿existen varias formas de “ser” mujer? Nos concretaremos en nuestro recorrido a la Obra de Sigmund Freud y dejaremos para un futuro ensayo lo que estas preguntas encuentran en trabajos posteriores como el de Jacques Lacan.

I Antecedentes: bisexualidad y diferencia de los sexos

En el recorrido que Freud hace sobre el tema de la feminidad, destacan distintas temáticas. En primer término, aborda la cuestión de la bisexualidad, la cual, como lo veremos, nos remite a la historia Freud-Fliess, símbolo del nacimiento del psicoanálisis. En segundo término, esta reflexión pasa por el concepto de libido y, en tercer término, por la diferencia de los sexos.
A partir de 1900, fecha de publicación de la Interpretación de los sueños, Freud se aleja terminantemente de la teoría de la bisexualidad de Fliess a la cual había progresivamente dejado de adherirse desde 1895.[15] Esta ruptura representa el fin de una pasión, la cual fue el soporte del autoanálisis de Freud.[16] En efecto, Fliess explica la diferencia sexual a partir de la diferencia biológica y afirma que ambos sexos cargan al otro sexo en una relación de simetría que llama primero bisexualidad y después, “bilateralidad”. Al separarse de Fliess, Freud remarca en cambio la disimetría en los destinos del niño y de la niña.
Como lo señala Serge André, el significante de la bisexualidad no desaparece completamente de las reflexiones de Freud después de la ruptura con Fliess. Según él, “esta palabra, más que aclarar sus reflexiones, las complica. Se tiene más bien la impresión que vuelve ineluctablemente debajo de su pluma, porque es el soporte de un resto absurdo, y que no se puede eliminar, de su transferencia con Fliess”.[17]
Así, en Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud afirma que sólo existe una libido, la masculina:
La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino. Más aún: si supiéramos dar un contenido más preciso a los conceptos de “masculino” y “femenino”, podría defenderse también el aserto de que la libido es regularmente, y con arreglo a ley, de naturaleza masculina, ya se presente en el hombre o en la mujer, y prescindiendo de que su objeto sea el hombre o la mujer.[18]

Diez años después agrega un pie de página estratégico a este texto. Allí, opera una división que viene a ocupar el lugar de la bisexualidad fliessiana. En la nota al pie, Freud divide los conceptos de masculino y femenino en tres direcciones:
Se les emplea en el sentido de actividad y pasividad, o en el sentido biológico, o en el sociológico. El primero de estos tres significados es el esencial, y el que casi siempre se aplica en el psicoanálisis. A eso se debe que en el texto la libido se defina como activa, pues la pulsión lo es siempre, aun en los casos en que se ha puesto una meta pasiva.

La división que Freud opera entre actividad y pasividad permite demostrar que la pulsión sexual no conoce motivos de sexo (femenino o masculino).[19] Se trata aquí de una recomposición de la geografía sexual, mediante la cual la pulsión sexual, la libido, aparece enmarcada entre las metas que la satisfacen (activa o pasiva) y el tipo de objetos que requiere para su satisfacción.[20]
En este contexto, siendo la libido esencialmente masculina, Freud sostiene que la sexualidad de la niña es masculina y que sólo la represión de dicha sexualidad permite la transformación de la niña en mujer. ¿Qué sucede entonces cuando esta represión es incompleta? La construcción freudiana, basada en la monosexualidad, ofrece herramientas para entender a las mujeres histéricas:[21]
Toda vez que se logra trasferir la estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para su práctica sexual posterior. En cambio, el hombre la conserva desde la infancia. En este cambio de la zona erógena rectora, así como en la oleada represiva de la pubertad que, por así decir, elimina la virilidad infantil, residen las principales condiciones de la proclividad de la mujer a la neurosis, en particular a la histeria.[22]

El siguiente eslabón del pensamiento freudiano relativo a la sexualidad femenina plantea la imposibilidad de “inscribir la diferencia sexual en el inconsciente”.[23] En Sobre las teorías sexuales infantiles (1908), Freud es enfático en cuanto al hecho de que la realidad del sexo es distinta de lo real del órgano anatómico. Al respecto, señala que esta realidad (el plano del inconsciente) no conoce más que un órgano, el pene, y que existe una ignorancia psíquica, tanto en el niño como en la niña, de la existencia del sexo femenino, es decir un no-saber. La certidumbre del niño de que su hermanita tiene pene se resume mediante la tan conocida frase, que nos remite también al caso del pequeño Hans: “Ella tiene… pero todavía es chiquito; claro es que cuando ella sea más grande crecerá”.[24]
Con ciertos matices, Freud corrobora la teoría del sexo único en 1923 con La organización genital infantil. En ese momento, presenta al pene como el sexo único, bajo la figura del “primado del falo”, el cual se puede manifestar bajo dos modalidades: la ausencia o la presencia. Cuando se reconoce la ausencia del pene, se aborda como un falo que falta y no como un sexo femenino.[25]
Hemos podido revisar cómo hasta principios de los años veinte, no existe para Freud un sexo femenino que, tal cual, se pueda enunciar y que la feminidad no puede ser concebida como una esencia sino como un devenir.

II El devenir mujer: inversión del complejo de Edipo y complejo de castración
A partir de 1923, Freud desarrolla una reflexión más intencionada hacia la cuestión de la sexualidad femenina. Los avances que ha logrado respecto del desarrollo sexual del niño evidencian el rezago que padece la reflexión relativa al devenir femenino. Es preciso analizar las reflexiones que hace en La organización genital infantil (1923), El sepultamiento del complejo de Edipo (1924), Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos (1925) y Sobre la sexualidad femenina (1931) respecto del nacimiento/surgimiento de la mujer.
En primer lugar, al describir la resolución del complejo de Edipo en el niño, admite que, respecto de la niña: “nuestro material se vuelve aquí —incomprensiblemente— mucho más oscuro y lagunoso” y que “en conjunto es preciso confesar que nuestras intelecciones de estos procesos de desarrollo que se cumplen en la niña son insatisfactorias, lagunosas y vagas”.[26]
Sin embargo, después de describir con toda suerte de detalle cómo la amenaza de castración —marcada por el descubrimiento del genital femenino—[27] provoca la salida del Edipo en el niño, Freud reconoce que ambos sexos tienen una historia diferenciada respecto del complejo de castración y del Edipo. Si el niño sale del complejo de Edipo vía el complejo de castración porque su pene está en juego,[28] la niña, en cambio, recorre un camino muy distinto:
Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible […] y, al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.[29] […] Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación. […]. Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil.[30]

En segundo lugar, cabe insistir en el hecho de que El sepultamiento…, texto fundamental, complemento de El yo y el ello (1923), no sólo abre el paso a la reflexión relativa a la diferencia de desarrollo sexual, sino también a las consecuencias psíquicas de tal desarrollo que Freud profundiza en 1925, con su trabajo Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos.[31]
Aquí Freud descubre ciertos aspectos de la fase prehistórica del complejo de Edipo en la mujer. Ambos, varón y niña, tuvieron a la madre como primer objeto de amor, en la primera infancia. El varón, al salir “normalmente” del Edipo, buscará un objeto similar. Pero la niña, subraya Freud, tendrá que orientarse hacia un objeto identificable al padre. De allí surge la lógica pregunta que Freud externa: “¿Cómo llega la niña a resignarlo y a tomar a cambio al padre por objeto?”.[32]
En realidad, desde el principio, la niña está naturalmente enfrentada a la castración, como lo recalca Freud en la cita antes mencionada y que repetimos ahora: “Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible […], y, al punto lo discierne como el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene”.[33] Como lo había aludido en el Sepultamiento…, la niña desea entonces un hijo del padre[34] y por esta razón, se encamina a ocupar el lugar de la madre.

III Consecuencias del complejo de castración
Freud no deja de señalar que la entrada en el complejo de Edipo mediante el complejo de castración —camino invertido respecto del recorrido del niño— atrae ciertas consecuencias sobre la manera que tendrá la niña de aprehender a su madre así como su propio cuerpo. Enumera cuatro posibles consecuencias en Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos, las cuales retoma en su conferencia sobre La feminidad (1925).
Sentimiento de inferioridad y complejo de masculinidad
En primer término, la niña podría desarrollar, frente a esta castración ya dada, “un sentimiento de inferioridad”, que la empujaría a “compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón”. De esta manera, la niña compartiría el juicio del niño sobre su propio sexo.
Al respecto, Serge André hace notar que “la paradoja es patente: al juzgarse a si misma como inferior, la mujer se vuelve igual al hombre, por medio de este mismo juicio”,[35] lo cual, a su vez, constituye una motivación a la protesta viril de los hombres, en un círculo que se nutre a sí mismo. En efecto, es de notar que la proclamación de la virilidad por parte de ciertos hombres, con sus corolarios (figura local del machismo, por ejemplo) no puede ser entendida sin la observación de la devaluación misma que operan ciertas mujeres sobre su propia condición y cuerpo.
Pero Freud, en La feminidad (1931) aporta más elementos respecto de esta primera consecuencia. Este sentimiento de inferioridad se apellida complejo de masculinidad, afirma:
La niña se rehúsa a reconocer el hecho desagradable; con una empecinada rebeldía carga todavía más las tintas sobre la masculinidad que tuvo hasta entonces, mantiene su quehacer clitorídeo y busca refugio en una identificación con la madre fálica o con el padre. ¿Qué será lo decisivo para este desenlace? No podemos imaginar otra cosa que un factor constitucional, una proporción mayor de actividad, como suele ser característica del macho. […] Como la operación más extrema de este complejo de masculinidad se nos aparece su influjo sobre la elección de objeto en el sentido de una homosexualidad manifiesta.[36]

Françoise Dolto, en Sexualité féminine (1996), en un capítulo llamado “El peligro de la situación prolongada entre dos”, describe el complejo de masculinidad que ella llama “el complejo de virilidad”:
“Hay, clínicamente, dos tipos de complejo de virilidad. El más espectacular es él de la niña que niega todas las identificaciones con el comportamiento de las niñas o las mujeres: se fantasea en niño, aprecia travestirse en hombre. Estilo Gavroche y muy platicadora, a veces es muy trabajadora, desde lo corporal como lo intelectual, deportista […]. En la escuela, dan la impresión de ser homosexuales, lo que muy raramente son. Aunque se puedan volver homosexuales, por decepción del padre o por ausencia de este último (muerte, abandono), por decepción de los hombres, o seducción de mujeres lesbianas, las cuales avivan su narcisismo, en un estilo dominante, pasional, declarativo o ascético. […] Todo es imaginario. Existe un peligro real de neurosis narcisística porque, poco interesadas por la vida pragmática, estas niñas sólo pueden, en el mejor de los casos, desarrollar un falicismo intelectual, al tener éxito en sus estudios, que hacen de ellas, después, unas prisioneras”.[37]

Según Lacan en el Seminario Las formaciones del inconsciente (1957), el complejo de masculinidad puede llevar a la niña a la última etapa del complejo de Edipo: “La niña se dirige hacia el padre como aquel que le puede dar aquello de lo cual ella carece. En este momento opera una vuelta: en vez de agarrarse indefinidamente a la demanda que proviene del penisneid, la niña abandona. Se identifica a este otro que le ha rehusado su satisfacción y especialmente a las insignias de su potencia”.

Celos y envidia
Por otra parte, según Freud, este proceso hace a la niña ser mucho más sujeta a los celos. Afirma que “[los celos] desempeñan un papel mucho mayor en la vida anímica de la mujer porque reciben un enorme refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada”.[38] Hace aquí una referencia al texto de 1919, Pegan a un niño,[39] donde, detrás del fantasma del “niño-golpeado por el padre”, lee una confesión de masturbación. André nota al respecto que “el que me peguen equivale a que me amen”, es decir, la analogía golpe-caricia. La pequeña se identifica con quién recibe los golpes y quiere ocupar ese lugar, el lugar de quién está siendo pagado-tocado-acariciado-amado.

“Pero si, por otra parte, el niño pegado puede identificarse al clítoris, este último recibe el valor de rasgo que equivale a la elección del amor. […] Este fantasma recubre un deseo: el de ver el clítoris elevado al rango de pene, es decir al rango de un signo que atrae el reconocimiento y el amor del padre”.[40]

Según André, lo que provoca celos en una mujer no es que el objeto de amor se voltee hacia otra mujer, sino que exista la suposición de que la “otra mujer” posee un algo, un pequeño pene, que ella no tiene. La juventud, por ejemplo, puede provocar celos en una mujer mayor, sin que haya forzosamente un rival que entre en el juego.

Existen miles de ejemplos, como lo demuestran Carolina Eliacheff y Natalie Heinich, en Madre e hijas, una relación de tres: “Blanca Nieve sólo tiene siete años (cuando el espejo contradice los sentimientos de la madre): los celos de las madres no esperan la pubertad de sus hijas, y se manifiestan desde lo que llamamos “la edad de razón” –cuando las hijas ya no ven a su madre como la más bella del mundo”.[41]

Reproches hacia la madre
Una tercera consecuencia del descubrimiento de la castración por la niña es la siguiente. Según Freud, la ternura que la vinculaba a la madre se “afloja”. Es decir que se culpa a la madre por haber parido a un ser sin pene. Existe una ambivalencia estructural en la constitución de la sexualidad femenina en la medida en que, por un lado, se culpa a la madre por haber fallado y proporcionado a la hija un sexo incompleto y que, por otro lado, el único camino de identificación femenina será la identificación con la madre. Veremos, por cierto, cómo el ser madre y el ser mujer no siempre coinciden.

Abandono de la masturbación
Finalmente, la cuarta consecuencia del complejo de castración que Freud expone es una “contracorriente opuesta al onanismo”.[42] En virtud de que la niña rechaza el clítoris que hace las veces de pene fallado, se aleja de la actividad masturbatoria, lo cual la debería de llevar a abandonar la sexualidad masculina de la cual hemos hablado, y prepararla para la entrada a la segunda fase del Edipo femenino, donde se desea un hijo del padre y se realiza la sustitución pene-hijo.

Recordamos que, según Freud, “Toda vez que se logra trasferir la estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para su práctica sexual posterior”,[43] puede surgir la mujer.

IV “Un superyo en el exterior”:
En su conferencia sobre la feminidad, Freud corrobora lo anterior, pero modifica un poco su análisis respecto de las posibles consecuencias del complejo de castración en la mujer. Serían ahora tres: “El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña. De ahí parten tres orientaciones del desarrollo; una lleva a la inhibición sexual o a la neurosis; la siguiente, a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, en fin, a la feminidad normal”.[44]
Básicamente, según Freud, las opciones para la mujer serían limitadas a ser neurótica, ser frígida, homosexual (¡o feminista!) o “femenina normal”. Sin embargo, con esta clasificación, la última categoría no se logra definir plenamente. El significante de la feminidad permanece desconocido. Lo que sí puede avanzar Freud es que la mujer tiene menos dificultades para transgredir el orden social y la ley: “El nivel de lo éticamente normal es otro en el caso de la mujer. El superyó nunca deviene tan implacable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como lo exigimos en el caso del varón”.[45] Ya que la mujer, de antemano, ha sido sometida a la amenaza y al cumplimiento de la castración, ¿Qué tendría que temer?
La salida del Edipo en la mujer no queda garantizado. Así,
“ausente la angustia de castración, falta el motivo principal que había esforzado al varoncito a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, sólo después lo reconstruye y aun entonces lo hace de manera incompleta. En tales constelaciones tiene que sufrir menoscabo la formación del superyó, no puede alcanzar la fuerza y la independencia que le confieren su significatividad cultural”.[46].

Y compara Freud
“Un hombre que ronde la treintena nos aparece un individuo joven, más bien inmaduro, del cual esperamos que aproveche abundantemente las posibilidades de desarrollo que le abre el análisis. Pero una mujer en la misma época de la vida nos aterra a menudo por su rigidez psíquica y su inmutabilidad. Su libido ha adoptado posiciones definitivas y parece incapaz de abandonarlas por otras. No se obtienen vías hacia un ulterior desarrollo; es como si todo el proceso estuviera concluido y no pudiera influirse más sobre él entonces; más aún: es como si el difícil desarrollo hacia la feminidad hubiera agotado las posibilidades de la persona. Como terapeutas lamentamos ese estado de cosas, aunque consigamos poner término al sufrimiento mediante la tramitación del conflicto neurótico.”[47]

Como lo remarca Catherine Millot, retomando a Freud, la mujer es, “a pesar de Freud, un poco demasiado ‘matter of fact’. Sabe demasiado bien lo que quiere, en el sentido de que no hay que contarle cuentos —¡requiere cosas sólidas! Sólo escucha los argumentos ‘de la sopa y las albóndigas’”.[48]

Así, una posible forma de ubicar el significante femenino sería entonces mediante la ausencia del superyó.
La mujer no renuncia a su demanda de amor hacia el padre, explica Millot, y la persistencia de la demanda conlleva otra consecuencia: deja a la mujer en situación de dependencia en relación con el Otro real, que puede ser el padre o, generalmente, un sustituto del padre. La identidad entre el objeto de satisfacción y el objeto de amor en la mujer, sugiere Lacan, la hace más dependiente del amor de este Otro del cual espera la satisfacción de su demanda de falo. Entonces, el Otro de la demanda está en posición de someterla a todas sus exigencias, eventualmente sin límites. Ocupa el lugar de este superyó que le falta a ella, en tanto instancia intrapsíquica. La mujer tendría, por decirlo así, un superyó en el exterior”.[49]

Siguiendo a Catherine Millot y como lo acabamos de ver, no existe, según Freud, un Ideal del Yo materno post-edípico en la mujer y tampoco, por consiguiente, un superyó materno post-edípico. La madre ha perdido su lugar, a raíz del descubrimiento de la castración en la mujer. Pero, “si en la niña se forma un Ideal del Yo materno, es porque la castración materna no fue asumida por el sujeto y que la madre se mantiene en su estatuto todopoderoso”.[50]
De tal manera que la mujer no tiene forma de identificarse con un ideal femenino. Cuando lo hace, se somete a un superyó pre-edípico y se identifica a la mujer fálica, la cual posee varios falos (entre otros, el del padre) ganando de esta manera un “superyó obsceno y feroz”.[51] En este caso, no hay salida del Edipo.

V ¿Ser o no ser (de) la madre?
Freud profundiza el tema de la relación a la madre que caracteriza la fase de la prehistoria del Edipo en la historia de la mujer en dos textos que redacta a muy poco tiempo de intervalo. De hecho consideró que el deseo de un hijo pudiera constituir un obstáculo al fin del análisis.
En Sobre la sexualidad femenina (1931), se hace cada vez más claro que la intensidad del lazo que puede unir a la mujer con el padre no es más que “una transformación del intenso vínculo que se dio con la madre en una época pre-edípica, la cual ejerce una gran influencia sobre el porvenir de la mujer”.[52] Freud habla del “trueque del objeto-madre por el padre”.
Lo más novedoso de este texto es el lugar sorprendente y exclusivo que Freud ofrece a la madre. Ella es el primer objeto de amor. Primero es la seductora y quien despierta las pulsiones en la hija. Así: “La actividad sexual de la niña hacia la madre, tan sorprendente, se exterioriza siguiendo la secuencia de aspiraciones orales, sádicas y, por fin, hasta fálicas dirigidas a aquella”.[53] Después es la que será “inculpada” por la hija “como seductora”.
Incluso adelanta una hipótesis según la cual la seducción realizada por la madre, y no más por el padre, es “responsable de que en las fantasías de años posteriores el padre aparezca tan regularmente como el seductor sexual”.[54] Dicha hipótesis viene a complementar la tesis de la fantasía de seducción que Freud expone a Fliess en su carta 69, de 1897.
De tal manera que nos parece que una reflexión sobre el “devenir mujer”, desde la perspectiva que estamos trabajando en este ensayo, debe pasar por dos temáticas: la petición de hijo-pene, la cual provoca una identificación con tintes de rechazo con y hacia la madre, por un lado; y por el otro, la huella psíquica que el primer amor en la historia de las mujeres (el amor hacia la madre) deja inscrita en su cuerpo.
Si bien hemos llamado a este apartado: “ser o no ser (de) la madre”, ha sido en el sentido de indicar que la maternidad o ilusión de maternidad puede jugar un papel importante en el “devenir mujer”, por una parte, y que el amor primario de la madre deja un residuo fundamental en el psiquismo femenino.
Esta reflexión nos lleva a analizar la relación que existe entre la demanda de un hijo al padre por parte de la niña —la cual, como lo vimos, permite abandonar a la madre en el lugar que ocupaba, para abrirle paso a la feminidad— y el amor a la madre.
Serge André desarrolla una reflexión interesante, en base a los trabajos de Freud y de Lacan, sobre el tema de la metáfora paterna. En primer lugar, pareciera que la sustitución de la madre por el padre a raíz del complejo de castración ya descrito, correspondería a una metáfora. Existe una traslación de la madre al padre, a la cual corresponde un pasaje simultáneo del pene al hijo (del padre).
Sin embargo, al insistir Freud sobre “esa ligazón-madre preedípica que es tan importante y que deja como secuela fijaciones tan duraderas”,[55] es conveniente preguntarse, como lo plantea Serge André en ¿Qué quiere la mujer?, si efectivamente se trata de una metáfora o de una metonimia. Explica: “Al desear un hijo del padre, la niña, en el fondo, no renuncia al pene. Simplemente, busca un equivalente. Mejor que un pene, un hijo. Este pasaje de un pene al hijo no parece producir un significado nuevo —criterio de la metáfora”.[56]
Según este autor, la clínica comprueba la denegación que opera cuando una mujer tiene un hijo. Al tener un hijo, se tiene la esperanza de obtener el signo que representa la identidad femenina. Sin embargo, el sinnúmero de depresiones correlativas a un nacimiento demuestra la dificultad que tiene la mujer para encontrarse del todo en la maternidad.
Este movimiento de péndulo que realiza la mujer durante su existencia entre el “ser madre” y el “ser de la madre” está subrayado en Freud, cuando, en su artículo Análisis terminable e interminable (1937), declara que “la envidia del pene —el positivo querer-alcanzar la posesión de un genital masculino […] da guerra al analista” y puede llegar a representar el “ombligo del análisis”.[57]
Freud agrega en este contexto que el “regreso a la madre” tiene algo entrañable con el destino de la mujer. Al respecto Françoise Dolto describe “la maternidad y su papel en la evolución sexual de la mujer” y evoca que
La madre (de quien ha tenido un hijo), de estar disponible, se transforma en su melliza, o su sirvienta masoquista. Se establece entre ellas una pareja homosexual latente, sagrada, situación que, si viven cerca una de la otra, y si la abuela es genitalmente frustrada, favorece las regresiones en cadena, así como la formación de familias neuróticas, en un clima irrespirable para sus hombres y sus hijos.[58]

Así, habría en la mujer la persistencia de una relación con el Otro maternal (Lacan), relación que desaparece mediante la metáfora paterna en el caso de un hombre. Se trataría de una metonimia entonces, porque el padre no se impone como metáfora en el destino femenino, ya que la mujer no se somete completamente a esta metáfora. No todo en ella se somete. En efecto, como lo demostró Lacan en las fórmulas de la sexuación,[59] “las mujeres no son todas sometidas a la función fálica”, es decir que la mujer no es toda y que su goce es dual.

Finalmente, según André, “la limitación del alcance de la metáfora paterna en la niña no es inexplicable. En efecto, si la función paterna consiste en introducir al sujeto a la ley del falo, y si este significante del falo fracasa al significar lo que sería la feminidad propiamente dicha, resulta entonces que la significación introducida por la metáfora paterna es siempre incompleta, insuficiente para poder asignar a un sujeto su lugar de niña. […] La niña entonces percibe la limitación de esta metáfora, o la rechaza o denuncia su aspecto de mascarada.”[60]

Conclusión: Madres e hijas

Habría mucho que desarrollar todavía sobre el tema del devenir mujer. Nuestro trabajo buscó realizar un recorrido sobre la sexualidad femenina a partir de las reflexiones de Freud sobre sexo y anatomía, construcción de la sexualidad femenina, interrogándonos permanentemente sobre la dificultad de hablar de una esencia femenina. En realidad, vimos que la sexualidad femenina es sumamente dinámica.
Con toda la pena del mundo, tenemos que contradecir los argumentos de venta de los perfumes de haute couture, los cuales pretenden enfrascar a la feminidad en una esencia: “esencia de mujer”, etc. no es más que un espejismo bien cobrado.
Nos habrá faltado sin duda investigar más a fondo las modalidades del devenir-mujer. Para la próxima vuelta, querremos responder las siguientes preguntas: ¿Es una mujer forzosamente madre?, ¿Una madre puede ser mujer?, ¿Convive el papel de madre con el papel de mujer?[61]
Entre madre e hija, puede surgir una relación ravageuse, como decía Lacan. Destructora, feroz. Una dimensión de tal relación se encuentra en el concepto de “incesto platónico” que trabajan Caroline Eliacheff y Nathalie Heinich y que consiste en una relación entre madre e hija cuyo soporte es la exclusión del tercero, el padre o quien hace las veces de función paterna. Sin pasaje al acto sexual entre madre e hija —cuyo ejemplo, aparentemente escaso en la clínica, podría ilustrar la escena entre La pianista, personaje de Elfriede Jelinek y su madre—,[62] se forma una pareja construida “sobre el fantasma de ‘ser uno¡ o del secreto”.[63]
Según estas autoras, poco trabajo se ha realizado desde el psicoanálisis respecto de esta violencia incestuosa que amenaza la identidad del sujeto, en este caso, la hija: “Al carácter aparentemente muy común de esta patología del amor materno —tanto más destructora que se presenta no solamente como normal pero también como virtuosa—, se opone poco interés de parte de los teóricos del psicoanálisis”.[64]



Bibliografía

1) Andahazi, Federico (1997), El anatomista, Destino libro.

2) André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, Éditions du Seuil.

3) Assoun, Paul-Laurent (2003), “Freud et la femme”, Petite Bibliothèque Payot.

4) Dolto, Françoise (1996), “Sexualité féminine”, Folio Essais.

5) Freud, Sigmund (1893-95), “Estudios sobre la histeria”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 2, p. 1.

6) (1897), Carta 69, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 1, p. 301.

7) (1897), Carta 70, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 1, p. 303.

8) (1897), Carta 71, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 1, p. 307.

9) (1898), “La sexualidad en la etiología de las neurosis”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 3, p. 251.

10) (1905), “Tres ensayos de teoría sexual”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 7, p. 109. .

11) (1908), “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 137.

12) (1908), “Sobre las teorías sexuales infantiles”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 183.

13) (1919), “Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 17, p. 173.

14) (1920) “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 18, p. 137

15) (1923), “La organización genital infantil” Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 148.

16) “El sepultamiento del complejo de Edipo”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 177.

17) (1925), “Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 267.

18) (1926), “¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 20, p. 165

19) (1931), “Sobre la sexualidad femenina”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 21, p. 223.

20) (1933), “La feminidad”, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 22, p. 104.

21) (1937), “Análisis terminable e interminable”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 23, p. 213.

22) Eliacheff, Carolina y Heinich, Nathalie (2002), “Mères-filles, Une relation à trois”, Le Livre de Poche.

23) Lacan, Jacques (1966), “Fonction et champ de la parole et du langage”, Écrits 1, Texte integral, p. 235. Éditions du Seuil.

24) (1932), “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, Siglo XXI. (1976).

25) (1960), “Subversion du sujet et dialectique du desir dans l’inconscient freudien”, Écrits 1, Texte integral, p. 273. Éditions du Seuil.

26) (1975), “Encore. Texte établi par Jacques-Alain Miller”, Essais Points.

27) Le Monde Diplomatique (Enero de 1999), “Simone de Beauvoir, cinquante ans aprés, Le Deuxième Sexe en héritage”, disponible en Internet en la página http://www.monde-diplomatique.fr/1999/01/CHAPERON/11516

28) Millot, Catherine (1988), “Nobodaddy, L’hystérie dans le siècle”, Point Hors Ligne.

29) Roudinesco, Elizabeth (1994), “Histoire de la psychanalyse en France 2, 1925-1985”, Fayard.





[1] Freud, Sigmund (1893-95), “Estudios sobre la histeria”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 2, p.1.
[2] Lacan, Jacques (1932), De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Siglo XXI. (1976).
[3] Roudinesco, Elizabeth (1994), “Histoire de la psychanalyse en France 2 1925-1985”, Fayard.

[4] Freud, Sigmund (1926), “¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 20, p. 199.
[5] “La grande question restée sans réponse malgré mes trente années d’étude de l’âme féminine est la suivante: Was Will das Weib?” (La gran pregunta que se quedó sin respuesta a pesar de mis treinta años de estudio del alma femenina es la siguiente: ¿Qué quiere la mujer?) le habría declarado Freud a Marie Bonaparte, según lo relata Ernest Jones (mencionado por Paul-Laurent Assoun en Freud et la femme).
[6]Assoun, Paul-Laurent (2003), “Freud et la femme”, Petite Bibliothèque Payot.
“El famoso ¿Que quiere la mujer? No es la fórmula de aquel que “se planta” frente al enigma de la feminidad y hereda a la posteridad su voluptuosa perplejidad. Aquí se trata justamente de lo real mismo de la feminidad que regresa bajo la forma de una pregunta dirigida al saber analítico (…). La pregunta tiene que replantearse: ¿que quiere la mujer del psicoanálisis?”.
[7] op.cit.
[8] En los círculos feministas, por ejemplo. En todos los ámbitos de la reflexión socio-político, donde se ha vulgarizado la reflexión de Beauvoir.
[9] “No se nace mujer, se deviene”, in De Beauvoir, Simone (1949), Le Deuxième Sexe. De Beauvoir escandalizó a la sociedad francesa de posguerra con su rechazo fundamentado a la maternidad, afirmando que el instinto materno era una mera construcción social. Recomendamos la lectura del Monde Diplomatique de Enero de 1999: “Comme le résume très bien Ménie Grégoire, opposée sur bien des points à la philosophe: « Simone de Beauvoir a compté plus pour les femmes de ma génération que ne le diront jamais les historiens. (...) Elle nous a mises au pied du mur, nous qu’on avait formées pour une autre vie que celle de nos mères”.
[10] Freud (1908), “Sobre las teorías sexuales infantiles”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 192-194. El subrayado es mío.
[11] El subrayado es mío.
[12] Freud, Sigmund (1920) “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 18, p. 61.
[13] Carta 69 (Ya no creo más en mi neurótica) (21 septiembre de 1897) de la correspondencia entre Freud et Fliess: “La sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto”. Freud, Sigmund (1897), Carta 69, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 1, p. 301.
[14] Referencia aportada por Catherine Millot in “Nobodaddy, l’hystérie dans le siècle”, p. 19.
[15] André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, Éditions du Seuil. P. 34.
[16] Op.Cit.
[17] Op. Cit. P. 21.
[18] (1905), “Tres ensayos de teoría sexual”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 7, p. 200.
[19] (1920) “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 18, p. 137: “El psicoanálisis se sitúa en un terreno común con la biología en la medida en que adopta como premisa una originaria bisexualidad del individuo humano (así como del animal). Pero no puede esclarecer la esencia de aquello que en sentido convencional o biológico se llama “masculino” y “femenino”; adopta ambos conceptos y basa en ellos sus trabajos. En el intento de una reconducción más avanzada, lo masculino se le volatiliza en actividad y lo femenino en pasividad, y eso es harto poco.” P. 164.
[20](1909), “Apreciaciones generales sobre el ataque histérico”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 203.
[21] En 1908, Freud afirma que “El significado bisexual de síntomas histéricos, demostrable por lo menos en numerosos casos, es por cierto una prueba interesante de la aseveración, por mí sustentada, de que la disposición bisexual que suponemos en los seres humanos se puede discernir con particular nitidez en los psiconeuróticos por medio del psicoanálisis”. “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 137.
[22] (1905), “Tres ensayos de teoría sexual”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 7, p. 202.
[23] André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, Éditions du Seuil. P. 41.
[24] Freud (1908), “Sobre las teorías sexuales infantiles”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 8, p. 192-194.
[25] “En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cabe hablar de masculino y femenino; la oposición entre activo y pasivo es la dominante. En el siguiente estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo de masculino, pero no algo femenino; la oposición reza aquí: genital masculino, o castrado. Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino o femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad.” (1923), “La organización genital infantil” Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 148.
[26] (1924) “El sepultamiento del complejo de Edipo”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 185-186.
[27] “La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. (…) Con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.” P. 183.
[28] “Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales”, op. cit.
[29] (1925), “Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 270.
[30] Op. cit. p. 186.
[31](1925), “Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 19, p. 267.
[32] Op. Cit., P. 270.
[33] P. 270.
[34] “Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo.”; “la libido de la niña se desliza a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor”. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer.” Op. Cit.
[35] André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, op. cit. P. 183.
[36] (1933), “La feminidad”, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 22, p. 104.
[37] Dolto, Françoise (1996), “Sexualité féminine”, p. 156. op. cit
[38] (1925), “Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos”, p. 272.
[39] Freud (1919), “Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 17, p. 173.
[40] André, Serge, op. cit. P. 184.
[41] Eliacheff, Carolina y Heinich, Nathalie (2002), “Mères-filles, Une relation à trois”, Le Livre de Poche.
[42] (1925), “Algunas consecuencias sobre la diferencia anatómica de los sexos”, p. 272.
[43] (1905), “Tres ensayos de teoría sexual”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 7, p. 201.
[44] (1933), “La feminidad”, op. cit.
[45] Op. Cit.
[46] Op. Cit., p. 120
[47] Op. Cit., p. 125.
[48] Millot, Catherine (1988), “Nobodaddy, L’hystérie dans le siècle”, Point Hors Ligne. P. 57.
[49] Ibid, p. La traducción es nuestra.

[50] Op. cit. P. 60.
[51] Op. Cit. P. 60
[52] Dolto, Françoise (1996), “Sexualité féminine”, Folio Essais, p. 22-23. En el prefacio, Muriel Djeribi-Valentin comenta que la modificación operada por Freud en los años veinte respecto de la sexualidad femenina constituirá una llamado a las analistas mujeres. Según el autor, Freud se dio cuenta que la transferencia que ejercía sobre sus pacientes mujeres no le permitió (en su calidad de hombre y padre del psicoanálisis) tener acceso a cierto material de la muy pequeña infancia de éstas.
[53] (1931), “Sobre la sexualidad femenina”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 21, p. 240.
[54] Op. Cit.
[55] (1933), “La feminidad”, op. cit. P. 119.
[56] André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, op. cit. P. 186 .
[57] (1937), “Análisis terminable e interminable”, Obras Completas, Amorrortu Editores, Vol. 23. p. 252.
[58] Dolto, Françoise (1996), op. cit., p. 209.
[59] (1975), “Encore. Texte établi par Jacques-Alain Miller”, Essais Points.
[60] André, Serge (1995), “Que veut une femme?”, op. cit. P. 188.
[61] Para la preparación de este trabajo, echamos mano de un excelente trabajo sobre la relación madres-hijas. Publicado en francés, Mères-filles, une relation à trois, de Carolina Eliacheff y Natalie Heinich nos proporcionó un análisis de la relación madre-hija a partir de la literatura y el ciné.
[62] Eliacheff, Carolina y Heinich, Nathalie (2002), “Mères-filles, Une relation à trois”, Le Livre de Poche. P. 44.
[63] Op. Cit. P. 55.
[64] OP. Cit. P. 67.

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