Un rizoma

Un rizoma es un tallo subterráneo con varias yemas que crece de forma horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos. Los rizomas crecen indefinidamente, en el curso de los años mueren las partes más viejas pero cada año producen nuevos brotes, pudiendo de ese modo cubrir grandes áreas de terreno.

La "Especie Humana" frente al "Dolor"

Mélanie Berthaud, Junio de 2007
 
El reino del hombre, actuante o significante, no cesa. Los SS no pueden mutar nuestra especie. Ellos mismos están encerrados en la misma especie y en la misma historia. “No debes ser”: una máquina enorme ha sido montada a partir de este irrisorio deseo de imbéciles. 

R. Antelme

Somos de la raza de aquellos que son quemados en los crematorios (…) somos también de la raza de los nazis. 
M. Duras



Punto de partida: El desfallecimiento del sujeto moderno.

En la carta Dos (Apostilla a los relatos) de Lo posmoderno explicado a los niños, Jean-Francois Lyotard (1986) aborda, contra Habermas, la cuestión del fin del proyecto universal y afirma: "Mi argumento es que el proyecto moderno (de realización de la universalidad) no ha sido abandonado ni olvidado, sino destruido, liquidado. Hay muchos modos de destrucción, y muchos nombres le sirven como símbolos de ello. Auschwitz puede ser tomado como un nombre paradigmático para la "no realización" trágica de la modernidad".

Acerca del campo de la muerte, Lyotard señala que allí "se destruyó físicamente a un soberano moderno: se destruyó a todo un pueblo. Hubo la intención, se ensayó destruirlo. Se trata del crimen que abre la posmodernidad, crimen de lesa soberanía, ya no regicida sino populicidio (algo diferente de los etnocidios)" (1).

En la carta tres de Lo posmoderno (Misiva sobre la historia universal), Lyotard se pregunta: “¿Podemos continuar organizando hoy en día los acontecimientos según la Idea de una historia universal de la humanidad?” Responde que este cuestionamiento implica forzosamente una “indagación sobre el desfallecimiento del sujeto moderno”.

Continúa Lyotard: “Sin querer decidir si se trata de hechos o de signos, los datos que podamos recoger acerca de este desfallecimiento del sujeto moderno parecen difíciles de recusar. Cada uno de los grandes relatos de emancipación del género que sea, al que le haya sido acordada la hegemonía, ha sido, por así decirlo, invalidado de principio en el curso de los últimos cincuenta años. Todo lo real es racional, todo lo racional es real: Auschwitz refuta la doctrina especulativa. Cuando menos, este crimen, que es real, no es racional. Todo lo proletario es comunista, todo lo comunista es proletario: Berlin 1953, Budapest 1956, Checoslovaquia 1968, Polonia 1980”(2).

Más adelante en la Carta 3, Lyotard apunta al relato y su modo de transmisión, tomando como ejemplo a los cashinuahuas: “Para entender los relatos, hay que haber sido nombrado. Para contarlos también. Y para ser narrado (referente), también. (…) Ser nombrado es ser narrado.”

La especie humana

Precisamente, La especie humana de Robert Antelme es un relato, aunque sea un micro relato. Un relato con un alcance profundo, ya que nombra a la especie humana. En “La douleur”, Duras (1985) relata el momento en el cual Antelme es rescatado de Dachau por sus amigos. Dice: “Robert L. (3) habló. Dijo que sabía que no llegaría vivo a París. Entonces empezó a contar para que eso sea dicho antes de su muerte. Robert L. no acusó a nadie, a ninguna raza, a ningún pueblo, acusó al hombre. Al salir del horror, moribundo, delirando, Robert L. tenía todavía esta facultad de no acusar a nadie, salvo a los gobiernos que están de paso en la historia de los pueblos.” (4).

De regreso de once meses de cautiverio en los campos de concentración de Buchenwald y Dachau, Antelme escribe La especie humana, en 1946-1947. El texto es publicado inmediatamente y reeditado en 1957, 1978 y 1994.

Consta de tres partes. Una primera parte donde Antelme se encuentra en Buchenwald, más precisamente en el kommando de Gandersheim: un kommando dirigido por prisioneros alemanes de un tipo peculiar. Se trata de criminales comunes, de asesinos, ladrones…y se encuentran debajo de las órdenes de las S.S. En la segunda parte, titulada El camino, Antelme relata la huida de los nazis de Buchenwald al acercarse los Aliados. El final de la obra cubre el momento en el cual Antelme logra escapar de la caravana alemana, luego es capturado de nuevo y llevado en tren por los nazis al campo de Dachau (“Arbeit macht frei”), de donde sus amigos lo rescatan.

¿Quién era Robert Antelme? Un hombre de letra, un poeta, un gran intelectual francés. Marguerite Duras lo describe de la siguiente manera: “De los hombres que he conocido es quien ha tenido más influencia sobre la gente que ha conocido, el hombre más importante en lo que me concierne y en lo que conciernen a los demás. No sé cómo nombrar eso. No hablaba y al mismo tiempo, hablaba. No aconsejaba y nada se podía hacer sin su opinión. Era la inteligencia misma et detestaba hablar inteligente” (5). Mucha gente lo describe como un “hombre excepcional”. Edgar Morin lo compara con el personaje de la obra El Idiota de Dostoievski. “Un ser de una gran bondad, una inmensa generosidad.” (6)

Antelme era amigo de Jean Lagrolet y quiso quitarse la vida por haber traicionado a su amigo, pues Lagrolet era pareja de Marguerite Duras, en esa época llamada Marguerite Donnadieu. Lagrolet es desplazado por Antelme. Duras encuentra demasiado torturado a Lagrolet, quien, a raíz de varias experiencias con opio, se entrega cada vez más, según Marguerite, a “divagaciones intelectuales”. Mientras que Antelme es alegre, tiene atenciones y siempre está presente…Según Laure Adler, biógrafa de Duras, Lagrolet no volverá a estar con una mujer después de la tragedia de la amistad en la cual terminó el trío. Puede ser que Antelme sea el único hombre al que Duras realmente escuchó. Vivían una relación de profundo entendimiento y de independencia. Adler: “Con él se sentía realmente en seguridad. Después de la muerte de Robert, ella dirá que ella era su hija y que, mientras él viviera, ella sabía que nunca permitiría que la lastimaran. Su relación sobrevivirá muchas pruebas. Nada pudo separarlos.” (7)

Antelme falleció en 1990. Además de un hombre de letras, Antelme era resistente. Lo arrestan el primero de junio de 1944, al final de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación del territorio francés por la Alemania Nazi.  Antelme tiene entonces veinticinco años. Me llama mucho la atención una de las últimas frases del libro, cuando relata el momento en el cual está a punto de acabar con el horror: “30 de abril. Dachau duró doce años. Cuando estaba en la secundaria, esta barraca donde estamos ya existía, el alambre de púas electrificado también. Por primera vez desde 1933, entraron aquí unos soldados que no quieren hacer daño.” Lo envían al campo de Buchenwald, ubicado en Weimar, Bavaria, la capital de la república que muere con la llegada al poder de Hitler en el 33, y también la ciudad de Goethe, Liszt y Bach. Buchenwald fue creado en 1937 y liberado el 13 de abril de 1945.

En La especie humana, no aparece más que una fecha al inicio: “primero de octubre de 1944”. Antelme lleva varios meses en Gandersheim, donde no se encontraban hornos crematorios. El relato empieza con la presencia de Robert Antelme en los campos y termina con su próximo rescate por parte de sus compañeros resistentes quienes van en busca de él. No se encuentran datos sobre las razones de su presencia allí, tampoco sobre su pasado de resistente ni sobre cómo sucedió su arresto. Pero de nuevo: ¿Hay razones que justifican realmente el estar allí? La razón no puede dar cuenta de ello.

Todo lo demás se conoce por reconstrucción. No por lo que Antelme contó. Es por Marguerite Duras que se supo de las circunstancias que llevaron a Antelme al borde de la muerte y de las que lo trajeron de vuelta a la vida. Antelme era esposo de Duras desde 1939. Se conocen ahora los detalles alrededor del arresto de Antelme porque Duras publicó en 1985 las notas de su diario y otros textos de guerra, en un libro titulado El dolor. Éste agrupa varios textos: El dolor, que cuenta la dolorosa e insoportable espera de Antelme por Marguerite Duras en el mes de abril de 1945, además de El Sr. X llamado aquí Pierre Rabier, Albert de las capitales, Ter el de la milicia y Aurelia París.


Antelme escribe y publica en 1947, pero los efectos de lo que escribe se producen tiempo después sobre el cuerpo colectivo. En los debates de posguerra, fue Sartre quien fue escuchado. No Antelme. Lo afirma el editor español en el prefacio de 1996: “El libro pasa desapercibido durante su primera década”. Uno pregunta. ¿Cómo es posible? La presencia permanente de la muerte, de los sobrevivientes, de los piojos, la mierda, el hambre, el frío, toda esta repetición sin fin en el texto de Antelme provoca en el lector el sentimiento de Lo Ominoso, tan familiar, pues es un retrato de la especie humana lo que entrega Antelme.

El dolor

Duras escribe El dolor en 1945, pero publica el texto en 1985, es decir cuarenta años después. Duras escribe antes que Antelme lo haga y publica después. Es imposible no notar esta cuestión del destiempo observable también en la clínica. Duras habla explícitamente del trauma, en el prefacio del texto:

Encontré este Diario en dos cuadernos de los closets azules de Neauphle-le-Chateau. No tengo ningún derecho de haberlo escrito. Sé que lo hice, que yo soy quien lo escribí, reconozco mi letra y el detalle de lo que relato, vuelvo a ver el lugar, la estación de Orsay, los trayectos, pero no me veo escribiendo este Diario. ¿Cuándo lo habría escrito, en qué año, a qué horas del día, en qué casa? No sé nada. Lo que es seguro, evidente, es que este texto, no puedo concebir haberlo escrito durante la espera de Robert L. Cómo es posible que haya escrito esta cosa que todavía no sé nombrar y que me espanta cada vez que la vuelvo a leer. Cómo pude abandonar este texto por años en esta casa de campo que era regularmente inundada en invierno (…). El Dolor es una de las cosas más importantes de mi vida. La palabra “escrito” no convendría. Me encontré frente a unas páginas llenas de una pequeña letra extraordinariamente regular y tranquila. Me encontré delante de un desorden fenomenal del pensamiento y del sentimiento al cual no me atreví a tocar y respecto del cual la literatura me dio vergüenza.


Entre el texto La especie humana y El dolor, un hilo está tendido. Ambos textos se comunican. Se complementan. Ambos provocan estupor, horror, angustia. Dolor. Quien lee El dolor lee un texto sobre la ausencia, la falta del otro. Los movimientos de para reencontrar a un otro, las esperas en una estación, los trámites, los intentos. Una recomposición imaginaria de lo que Antelme podría estar viviendo durante la espera de Duras. Luego, uno lee La especie humana, un texto repleto de detalles de la vida cotidiana en un campo, la lucha contra la muerte, con muy pocas alusiones a lo que pueda existir más allá del campo, muy poco uso de recursos de lucha contra la muerte (el pensar en “los de allá”). Un texto invadido por la muerte y lo Real.

Antelme tenía una urgencia en hablar a su regreso de los campos y escribió este texto, El Dolor, una reconstrucción. Dice: “Recién volvíamos, traíamos con nosotros nuestra memoria, nuestra experiencia viva aún y sentíamos el deseo frenético de decirla tal cual era. Y sin embargo, desde los primeros días, nos parecía imposible colmar la distancia que íbamos descubriendo entre el lenguaje del que disponíamos y esa experiencia que seguíamos viviendo casi todos, en nuestros cuerpos”.”lo que teníamos que decir nos parecía inimaginable”…”una de esas realidades que rebasan la imaginación” (8).

Robert Antelme señala aquí la imposibilidad de contar, de decir lo que realmente pasó, pues existe algo aquí que no puede ser completamente simbolizado por la palabra, algo del orden de lo Real. La escritura de La especie humana es un intento de simbolizar a través de la escritura. Intento aquí posiblemente logrado por Antelme. Duras escribe al respecto que “(Antelme” escribió un libro de lo que cree haber vivido en Alemania: La especie humana. Una vez escrito, hecho, editado este libro, ya no habló de los campos de concentración alemanes. Jamás pronuncia estas palabras. Nunca jampas el título de este libro”.(9)
Duras olvidó haber escrito y olvidó lo que había escrito. Además, se sabe que, a la hora de publicar el texto, en 1985, ella negó haber retocado los cuadernos encontrados en Neauphle-Le-Chateau. Sin embargo, existen pruebas de que efectivamente así lo hizo. Empezando por el apellido de Antelme, sustituido a lo largo del texto por un “L”, seguramente para preservarlo de cierta manera. Fabienne Bradu pregunta al respecto si “el dolor no admite correcciones” y si el arte “envilece el sentimiento” (10).

De la lectura de La especie humana se destacan varias temáticas: la presencia de la muerte, la arbitrariedad del poder, la maquinaria nazi, la mirada nazi y la puesta en escena nazi, la especie humana, el recuerdo de “allá”,  la cuestión del “no sabíamos” y finalmente la pregunta: ¿Qué hace que un hombre pueda subsistir de tal manera? Elijo ilustrar cada temática con un extracto del texto.

Presencia de la muerte

El hambre ya nos va cercando. No ataca el cuerpo, no duele en ninguna parte, pero uno está obsesionado por el pan, la cuarta, la quinta parte de un pedazo de pan. El hambre no es otra cosa que una obsesión. (p. 111)

Hoy de noche, habrá que ir a dormir así, mañana también, con esta bolsa en medio del cuerpo, que chupa, que chupa, hasta la mirada. Con los puños cerrados, sólo abrazo el vacío, siento los huesos de mis manos. Cierro las mandíbulas, sólo huesos, nada para triturar, nada blando, ni la más mínima partícula para poner entre ellas. Mastico, mastico, pero es imposible masticarse a sí mismo. Yo soy el que mastica, pero lo que se mastica, lo que se come, ¿dónde existe?, ¿cómo comer? Cuando no hay nada, ¿no hay realmente nada? Es posible que no haya realmente nada. Sí, es eso lo que significa: no hay nada. (p. 175)

Arbitrariedad del poder

Después de seleccionar a todos los especialistas, los civiles buscaron otros tipos que podrían hacer fajinas en la fábrica. Para eso, pasaron delante de los que se quedaban. Nos miraron los hombros, la cabeza también. Los hombros no bastaban, había que tener una cabeza, quizá una mirada, digna de los hombros. Se quedaban un momento delante de cada uno. Nos dejábamos mirar. Si les gustábamos, el civil decía: “komme”. El tipo salía de la fila e iba a juntarse con los especialistas. (p. 59)-

Maquinaria, mirada y puesta en escena nazi

Si un observador ingenuo nos mirara vivir algunos días, quizás dudaría que estemos todos del mismo lado de la batalla y que los que están aquí hayan sido combatientes. (…) En el reparto del pan de la mañana, antes del amanecer, en el patio de la iglesia, oiría nuestros gritos, gritos de los italianos, de los franceses, de los rusos que se aplastan y se pegan para no ser los últimos, y vería al kapo inmediatamente imponiendo orden. Porque a los SS no les basta co haber rapado y disfrazado a los presos. Para que el desprecio se justifique totalmente, los presos tienen que pelearse entre ellos para comer, tienen que pudrirse delante de la comida. Los SS hacen lo necesario para que eso ocurra. Pero es por eso que no son, en el fondo, más que idealistas vulgares. Porque los presos que van a lanzarse sobre la olla de las sobras ofrecen sin duda un espectáculo “sórdido”, pero no se rebajan, como piensan los SS, como lo pensaría ese observador y como lo piensa cada uno aquí cuando no es él que va a buscar sobras. (p. 91)

El recuerdo de “allá”

Pobre pendejo, no ves nada. En este momento, si pudiera agarrarte del cogote y sacudirte, lo primero que querría hacerte comprender es que yo, en mi casa, tengo una cama, tengo una puerta que puedo cerrar con llave, que si alguien me quiere ver toca el timbre. Y que no hay un solo tipo de los que ves aquí cuyo nombre no esté allá en una lista, esperando, y al que no lo quieran besar. Inimaginable. ¿no?

La especie humana

El reino del hombre, actuante o significante, no cesa. Los SS no pueden mutar nuestra especie. Ellos mismos están encerrados en la misma especie y en la misma historia. “No debes ser”: una máquina enorme ha sido montada a partir de este irrisorio deseo de imbéciles. Han quemado hombres y hay toneladas de cenizas, pueden pesar por toneladas esa materia neutra. “No debes ser”, pero no pueden decidir, en lugar del que dentro de un rato será ceniza, que no es. Deben tenernos en cuenta mientras estamos vivos, y depende también de nosotros, de nuestro empecinamiento en ser, que, en el momento en que regresen de hacernos morir, tengan la certeza de haber sido completamente defraudados. Tampoco pueden detener la historia, que hará que esas cenizas secas sean más fecundas que el rollizo esqueleto del lagerfurher. (p. 101)

¿No sabíamos?

Mientras estamos vivos, tenemos un lugar y jugamos un papel. Todos los que están allí, en la vereda, que pasan en bicicleta, que nos miran o no nos miran, tienen un papel en esta historia. Todos hacen algo respecto a nosotros. Por más que les den patadas en el vientre a los enfermos, o los maten, por más que obliguen a tipos con diarrea a quedarse encerrados en una iglesia y fusilarlos después porque cagaron allí (…) hay entre ellos y nosotros una relación que nada puede destruir. Lo saben como si fueran nosotros. Lo son. ¡Ustedes son nosotros mismos! Miremos a cada uno de estos seres que “no saben”…(p. 290)

¿Cómo diablos se sobrevive algo así?

Es una especie de cantera (…). Una parte de los presos debe extraer las piedas, la otra empujar el remolque. Pero no hay suficientes picos. La mayoría de los que no empujan el remolque chapotean en medio del frío. No hay nada que hacer, pero hay que quedarse afuera; eso es lo importante. Tenemos que quedarnos aquí, en pequeños grupos, aglutinados, encogidos de hombros, temblando. El viento entra en los uniformes, la mandíbula se paraliza. La jaula de los huesos es delgada, ya casi no hay carne por encima. Sólo la voluntad subsiste en el centro, voluntad desconsolada, pero que es lo único que permite aguantar. Voluntad de esperar. Esperar que pase el frío. El frío, SS. (p. 103)

Concluir: Sobrevivir

Antelme señala que se trata de la voluntad, voluntad pura. Voluntad de sujeto. Voluntad aislada. Antelme deja claro desde el prefacio que el contexto de este kommando excluía toda posibilidad de lucha colectiva. La misma pregunta “¿Cómo diablos se sobrevive algo así?” atraviesa la lectura de El dolor. La descripción escalofriante que hace Duras de este cuerpo que regresa del campo llama esta pregunta. Antelme no era reconocible. Pesaba 37 kilos por una altura de un metro setenta. Había perdido cincuenta kilos.

Sus compañeros, los que lo fueron a recoger, no lo reconocieron sino después de mucho tiempo. La descripción por Duras del bulto del ser amado es clínica, fría. Habla de la mierda que sale de este cuerpo alimentado con papilla. Diecisiete días de mierda. Hasta que el hambre reaparezca y que Antelme empiece a alimentarse de manera completamente descontrolada, pero ya sin riesgo para la vida.

Más allá del compromiso político, de la reflexión crítica que fortalece Antelme frente a los SS, sigue sosteniéndose la pregunta: ¿Hay algo que le permite sobrevivir a Antelme? Lo que él llama la voluntad, muy bien podría leerse desde el costado del amor. ¿Voluntad de vivir para qué? Duras y Antelme compartían una visión de la vida.

Coincidían en el amor de la literatura. Coincidían en la lectura –despiadada- de la especie humana. Duras afirma: “Es en Europa que esto está pasando. Es ahí que se queman judíos, millones (…). Pertenecemos a Europa, es ahí donde eso sucede en Europa, aquí estamos encerrados juntos frente al resto del mundo. Alrededor nuestros los mismos océanos, las mismas invasiones, las mismas guerras. Somos de la raza de aquellos que son quemados en los crematorios (…) somos también de la raza de los nazis.” (11).

Duras y Antelme comparten también la lucha política, junto con el tercero, Dionys. Antelme y Duras se casan en 1939, es decir durante la guerra. El filósofo Dionys Mascolo es el  mejor amigo de Antelme. Es amante de Duras desde 1942. Los tres entran en el movimiento de la Resistencia cuando Miterrand regresa de Londres. Es Mascolo, junto con otro compañero de la resistencia, quien irá a buscar a Antelme en Dachau. Mascolo será el padre del hijo de Marguerite. Poco tiempo después del regreso de Antelme, Duras le pide el divorcio. Mascolo permanece en el lugar de mejor amigo de Antelme. Aparece claramente la cuestión del Nombre del Padre que Duras le quiere dar a su hijo. Declara: “Que no aparezca este nombre, que no lo lleve”. El dolor había sido demasiado inmenso, el sufrimiento de la espera demasiado intenso, como lo refleja la siguiente frase: “No es más que sufrimientos por todas partes, sangre y gritos, es por eso que el pensamiento está impedido, no participa en el caos pero es constantemente suplantado por este caos, sin recursos frente a él.” (12).




(1) Lyotard (1986),p. 31.

(2) Lyotard también señala el “acontecimiento de la aniquilación llamado Auschwitz” en la misma carta tres.

(3)  Duras, recordemos, modifica siempre la inicial del apellido de Antelme en “El dolor”.

(4) Duras (1985), La douleur, traducción de MJMB.

(5) Película de Jean Mascolo y Jean-Marc Turine, El grupo de la rue Saint-Benoît. Disponible en la Videoteca de París. Traducción de MJMB

(6) Adler, Laure (1998), Marguerite Duras, p. 185.

(7) Adler, Laure (1998), p. 186.

(8) Cf el concepto de lo sublime.

(9) Duras, La douleur, p. 77, traducción MJMB

(10) Bradu, Fabienne, Litoral 38, p. 134.

(11) Duras, Marguerite, La douleur, p. 57, trad. MJMB

(12) Id. P. 45 Trad. MJMB


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